Oscuro como la noche es su cabello. Una sonrisa rota, una
mirada ansiosa, desfila con gráciles movimientos. Busca una presa, pero no sabe
que está siendo cazada. El cazador, la presa, ahora no hay diferencia. Él se
abalanza sobre ella, quien hermosa, se halla a si misma sobresaltada. Una risa
ahogada, se gira y lo abraza.
Él la contempla. Sus facciones hermosas lo llaman. Respira
su aroma, y se acerca aún más a ella. Una pequeña caminata bajo las estrellas, la
luna llena ilumina su camino. No existe nada más a su alrededor. Sólo ellos
dos. Tras un rato caminando, se sientan en un claro. Él acaricia su cabello,
ella se pierde en su mirar. Un poco nerviosos comienzan a charlar. Pero las
palabras se desvanecen en el aire, y se reduce cada segundo el espacio entre
ellos. Finalmente, ambos son uno. El universo entero ha dejado de existir, y
sólo lo hacen ellos. Por unos segundos, no hay humanos cerca. No hay ningún
tipo de problemas. Adiós al pasado y al futuro. Sólo ellos quedan. Sólo sus
labios.
Él aferraba su cuerpo, como si en cualquier segundo ella
fuera a desaparecer. Ella lo miraba, viéndolo inquieto disfrutaba. Tenía
control sobre él. Era un juguete, si así lo deseaba. Pero no quería eso. Y el
juguete era ahora su compañero. Su amigo. Su diario. Ambos miraron en los ojos
ajenos, cuáles más inmersos. Los de ella, claros como el hielo. Los de él,
negros como el cielo.
No había duda alguna, no quedarían más que preguntas en la
noche oscura, y sentimientos en dos jóvenes corazones. Y entonces, se unieron de nuevo. Y se hizo el silencio.
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