sábado, 6 de octubre de 2012

¿Te apetece un café?

El calor característico de las noches de verano comenzaba a desaparecer, para dar paso a las corrientes nocturnas típicas del Otoño. El sol, sin embargo, aún no se había ocultado en el horizonte, y el ocaso daba un ambiente aún más romántico a la ya romántica ciudad de París. Un joven mira su reloj, que marca las siete cuarenta y cinco. Suspira y da un sorbo a su taza de café. Sobre su diario mira una mujer, en sus últimos días de adolescente o sus primeros de adulta. Tiene el cabello rubio, rizado y largo. Sentada con sus pies cruzados, reposa en estos lo que parece un cuaderno, y mueve con agilidad su mano derecha. Cada tanto, levanta su rostro. Tiene los ojos azules, la nariz algo chata y un rostro oval. Estaba vestida de negro de pies a cabeza. Sus miradas se encuentran y ambos sonríen. Ella lo está dibujando. Él escribe sobre ella.

Pasan los minutos, y el café debe cerrar. Los jóvenes se levantan, se miran una vez más. Él se acerca a ella, le saluda y se presenta. Su nombre, Jacques. Cabello negro, ojos verdes. Mandíbula marcada, un poco de barba.  Tal como era el dibujo. 

Los jóvenes caminan un rato juntos, cerca al río Sena, iluminados por los pocos rayos de sol que quedan y las farolas parisinas. En lo lejos se ve la famosa torre Eiffel. Una charla amena acompaña la caminata nocturna, y finalmente se separan. No vuelven a saber el uno del otro, hasta que, muchos años después, en una galería de arte, un famoso escritor se acerca a una famosa artista plástica. Jacques la reconoce de inmediato. Es Anne, la mujer que conociera años atrás en un café, y en quien basara a la protagonista de sus novelas. Anne reconoce a Jacques también, quien sirviese sin saberlo como modelo para su escultura más famosa. Una sonrisa, un apretón de manos. Una charla animada.  "¿Te apetece un café?" "Encantada".

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