jueves, 5 de febrero de 2015

Recuperando la costumbre: Cuento uno.



Ni aullaron los lobos, ni escondieron las madres a sus hijos. No silbó el viento, no se persignaron las personas. Los últimos arreboles de la tarde desaparecían más rápido de lo que a las parejas enamoradas les gustaría, y los poetas se quejaban de eso. La noche abrazaba la ciudad, como debía hacerlo. Las luces de las calles se encendían, las vías principales se llenaban de automóviles, y vida. Los vendedores ambulantes comenzaban a trabajar, y los ladrones redoblaban sus esfuerzos.

Levantó su cabeza. Una pequeña gota de líquido rodaba por la comisura de sus labios. Su lengua no tardó en encontrarla y deshacerse de ella. Suspiró mientras su comenzaba a sonreír. Sería una buena noche.

Se dirigió al tocador, con la intención de maquillarse un poco. Sabía que no lo necesitaba, pero no estaba de más sentirse (aún) más linda. Un poco de base aquí y allá, un poco de máscara, y un poco de rubor, para evitar sospechas. Tomó sus ropas favoritas, oscuras, y salió. Era la dueña de la noche.

No tardó en encontrar un antro popular con los jóvenes de la ciudad. La luz, tenue como debe, no era suficiente para ver más allá de las facciones más obvias. El sonido explosivo de la música, constante y repetitivo, llenaba el espacio. El olor a sudor y alcohol era inaguantable. Perfecto.

Un joven bailarín, algo alejado del centro de la pista, robaba su atención. De cabello corto y mandíbula fuerte, hombros marcados y contextura atlética, bailaba con una pasión que despertaba, cuando menos, interés. Llamativo. Comenzó a acercarse al bailarín sin nombre, caminando lentamente a través de las personas cerca. Logró que, antes de llegar, el bailarín se fijara en la figura que se acercaba a él. Inclinó su cabeza, extendió uno de sus brazos, lo miró a los ojos e hizo ademán de que se acercara. Él obedeció, sobresaltado por quién estaba frente a él: una mujer hermosa de cabello oscuro, piel blanca, facciones alargadas aunque delicadas; vestida en tonos de negro y con un cuerpo escultural.

Ella continuó con sus movimientos delicados e hipnóticos, bailando con suavidad al ritmo de la música. Él había perdido la mitad de su gracia, quizás aún sorprendido por la perfección, porque no había mejor forma de describirla, de la mujer a la que se acercaba. Una presentación, mísero intercambio de nombres, y comenzaron a bailar. Se alejaron del centro, acercándose cada vez más a la salida del lugar. A pesar del ir y venir de las personas, de que cada vez se llenaba más y más el lugar en el que estaban, de que estaban ambos bañados en sudor, no se detenían. Cuando la noche se acercaba a su fin, ella tomó la iniciativa y, cómo no, lo invitó a tomar un café; propuesta que fue supremamente bien recibida por el joven, que estaba pasando de las mil maravillas.

No tardaron en llegar al apartamento de la joven, y tardaron aún menos en entrar a su habitación. La ropa voló para un lado y otro, y la madrugada se llenó de suspiros y caricias. Poco antes de alcanzar su cénit, ella sintió cómo su rostro perdía su fachada. Sus orejas se hacían más puntiagudas, sus ojos, hasta ese momento oscuros, tornaron escarlata. Su nariz, delicada, pasó a ser recogida, casi caricaturesca. Sus colmillos crecieron desmesuradamente, tanto en longitud como en el diámetro general; llegando a opacar sus incisivos. La que hasta ese momento fuese hermosa lanzó un chillido que quebró el silencio propio de los momentos previos al alba, y antes de que el desafortunado bailarín pudiese evitarlo, clavó sus colmillos en su yugular, perforando piel y tejidos, y bebiendo la sangre del joven. Antes de terminar, consideró que quizás fuese… correcto contar con un juguete de la calidad del joven, que le había dado un buen rato y no era nada duro a la vista. Que quizás no vendría tan mal estar acompañada…

No. Al fin y al cabo… tengo toda la eternidad para encontrar a alguien mejor.

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