Ni aullaron los lobos, ni
escondieron las madres a sus hijos. No silbó el viento, no se persignaron las
personas. Los últimos arreboles de la tarde desaparecían más rápido de lo que a
las parejas enamoradas les gustaría, y los poetas se quejaban de eso. La noche
abrazaba la ciudad, como debía hacerlo. Las luces de las calles se encendían,
las vías principales se llenaban de automóviles, y vida. Los vendedores
ambulantes comenzaban a trabajar, y los ladrones redoblaban sus esfuerzos.
Levantó su cabeza. Una pequeña
gota de líquido rodaba por la comisura de sus labios. Su lengua no tardó en
encontrarla y deshacerse de ella. Suspiró mientras su comenzaba a sonreír.
Sería una buena noche.
Se dirigió al tocador, con la
intención de maquillarse un poco. Sabía que no lo necesitaba, pero no estaba de
más sentirse (aún) más linda. Un poco de base aquí y allá, un poco de máscara,
y un poco de rubor, para evitar sospechas. Tomó sus ropas favoritas, oscuras, y
salió. Era la dueña de la noche.
No tardó en encontrar un antro
popular con los jóvenes de la ciudad. La luz, tenue como debe, no era
suficiente para ver más allá de las facciones más obvias. El sonido explosivo
de la música, constante y repetitivo, llenaba el espacio. El olor a sudor y
alcohol era inaguantable. Perfecto.
Un joven bailarín, algo alejado
del centro de la pista, robaba su atención. De cabello corto y mandíbula
fuerte, hombros marcados y contextura atlética, bailaba con una pasión que
despertaba, cuando menos, interés. Llamativo.
Comenzó a acercarse al bailarín sin nombre, caminando lentamente a través
de las personas cerca. Logró que, antes de llegar, el bailarín se fijara en la
figura que se acercaba a él. Inclinó su cabeza, extendió uno de sus brazos, lo
miró a los ojos e hizo ademán de que se acercara. Él obedeció, sobresaltado por
quién estaba frente a él: una mujer hermosa de cabello oscuro, piel blanca,
facciones alargadas aunque delicadas; vestida en tonos de negro y con un cuerpo
escultural.
Ella continuó con sus movimientos
delicados e hipnóticos, bailando con suavidad al ritmo de la música. Él había
perdido la mitad de su gracia, quizás aún sorprendido por la perfección, porque no había mejor forma
de describirla, de la mujer a la que se acercaba. Una presentación, mísero
intercambio de nombres, y comenzaron a bailar. Se alejaron del centro,
acercándose cada vez más a la salida del lugar. A pesar del ir y venir de las
personas, de que cada vez se llenaba más y más el lugar en el que estaban, de
que estaban ambos bañados en sudor, no se detenían. Cuando la noche se acercaba
a su fin, ella tomó la iniciativa y, cómo no, lo invitó a tomar un café;
propuesta que fue supremamente bien recibida por el joven, que estaba pasando
de las mil maravillas.
No tardaron en llegar al
apartamento de la joven, y tardaron aún menos en entrar a su habitación. La ropa
voló para un lado y otro, y la madrugada se llenó de suspiros y caricias. Poco
antes de alcanzar su cénit, ella sintió cómo su rostro perdía su fachada. Sus
orejas se hacían más puntiagudas, sus ojos, hasta ese momento oscuros, tornaron
escarlata. Su nariz, delicada, pasó a ser recogida, casi caricaturesca. Sus
colmillos crecieron desmesuradamente, tanto en longitud como en el diámetro
general; llegando a opacar sus incisivos. La que hasta ese momento fuese
hermosa lanzó un chillido que quebró el silencio propio de los momentos previos
al alba, y antes de que el desafortunado bailarín pudiese evitarlo, clavó sus
colmillos en su yugular, perforando piel y tejidos, y bebiendo la sangre del
joven. Antes de terminar, consideró que quizás fuese… correcto contar con un juguete
de la calidad del joven, que le había dado un buen rato y no era nada duro a la
vista. Que quizás no vendría tan mal estar acompañada…
No. Al fin y al cabo… tengo toda la eternidad para encontrar a alguien
mejor.
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