lunes, 6 de mayo de 2013

Capítulo primero: Una tarde en un café.


Un aroma dulce inundaba el pequeño café, que estaba iluminado por un par de bombillos cálidos –cuya potencia era insuficiente para sacar por completo al local de las penumbras- y el ocasional fulgor de una llama que, algo tímida, crepitaba en cada vela encendida. Era un lugar acogedor, frecuentado por parejas, extranjeros y bohemios. En sus esquinas habían pequeños parlantes, con el objetivo de entregar discretamente, música a los comensales. Un perro ladró en la lejanía.

Ahí estaba yo, en una esquina, refugiándome entre las sombras y haciendo bocetos en mi libreta, con sólo la luz que me proveía una pequeña vela blanca. El café solía ser concurrido, pero el día había tenido matices grises; y comenzó a llover hacia media tarde, momento en el que había más movimiento.  

Una figura femenina subía con delicadeza la escalera en caracol que lleva hacia el segundo piso, hacia mi esquina. Creo que debo aclarar que desde mi esquina, tengo una perspectiva excepcional: me permite ver quienes se acercan y cómo lo hacen, y de vez en vez, logro colar una mirada hacia el primer piso. A una mesa en la que, todos los días, una mujer de unos veintitantos, ejecutiva, se sienta. Suele vestir con tonos grises o azules. Es esbelta, y tiene el cabello rubio. Nunca he visto sus ojos. Nunca nos hemos cruzado palabra, aunque yo paso varias horas al día en el café. Suelen exponer mis “obras”, como les gusta llamarlas, aunque yo insisto en que no son más que bocetos. Ella siempre pide lo mismo: Un café negro, y un croissant. Nunca la he visto variar.

Hoy no ha venido. En mi cuaderno hay, por lo menos, diez bocetos suyos. Estudios de perspectiva, retratos hablados de quienes la atienden, y las pocas veces que he podido observar su rostro. Han pasado dos horas respecto a su horario habitual. La figura femenina se había acercado a mi mientras estaba absorto en mis pensamientos. Era ella.

-Llegas tarde- comenté, mientras veía sus ojos por primera vez. Son de un tono azul claro. Ella sonrió
-Tú te has quedado más de lo habitual. ¿Esperabas a alguien?-Me recriminó. Mi rostro debió haber denotado sorpresa, porque comenzó a reír. –Trabajo al frente. Siempre sales un poco más tarde que yo. Soy Lucía. Encantada de conocerte. Eres Pedro, ¿verdad? –me preguntó. Asentí, y le pedí a Jorge que nos trajera dos cafés negros, y un par de croissants para acompañarlos y amenizar la conversación.

Así conocí a Lucía.

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