La esperanza, dicen, no es más que la decepción pospuesta. Si eso es verdad, entonces decepciónate de una vez: Así soy yo. Estoy lejos de ser el príncipe azul de ensueño. Estoy muy lejos y cada vez me alejo más. Está bien, yo también estoy cansado de cazar estrellas fugaces. Me cansé de perseguir esperanzas vacuas, de perseguir espejismos en el desierto, de... de cazar una utopía. De ti, en tu imagen de perfección. De mí, en la de un pobre tonto. Ni tú eres perfecta, ni yo soy tan poco. Entonces decpecionémonos, ¡pero ya!
Decepciónate de mis ojos, que no son azules. De mi cabello, que se retira prematuramente. De mis dedos, que no son tan suaves como quisieras. Decepciónate de mis chistes malos, de mi mal japonés y mi curioso italiano. Decepciónate de que no siempre sea racional con mis decisiones, de que prefiera dos a cuatro ruedas. De mi afición por la comida y de mi desprecio a muchos cineastas. Decepciónate, por favor. Yo haré lo propio. Diré que eres caprichosa, que tardas mucho en estar lista. Que nunca te conformas y que eres mimada. Diré que tu acento es extraño. Tu cabello se quedará aquí, allá, y en dónde no. Tu gusto por la cerveza hará que yo no pueda tomar —alguien tiene que llevarte a casa, ¿verdad?—, y tu gusto por el billar en más de un problema nos va a meter.
Decepciónate. Hazlo pronto. No soy tan bueno como dicen. Pero soy mejor de lo que creo. Y confío en que, después de decepcionarte, lograrás enamorarte.
Enamorarte de mis ojos, cafés como un roble cuando el sol golpea, y un espejo negro perfecto cuando no. Enamórate de mi cabello, que conserva su color único. De mis manos pequeñas y mis dedos ágiles, así como de mis pecas tímidas. De mi pasión por los idiomas. De que sea apasionado y no siempre quiera ser lógico. De que esté dispuesto a tomar riesgos y vivir más. De que me encanten las nuevas experiencias y que no soporte los clichés o sea capaz de señalarlos. Yo haré lo propio. Diré que eres selectiva, que te tomas tu tiempo para sentirte —aún más— bonita. Que eres exigente y que te gusta recibir cariño. Diré que tienes un acento único, y que en cada cabello suelto hay un pedacito de ti que me gusta tener cerca. Que no me guste el sabor del licor será la excusa perfecta: tomas tú y te llevo yo; y si hay problemas por usar una mesa de billar, a lo mejor no es un sitio para regresar.
Decepciónate antes. Después, podrás amar.
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