lunes, 4 de julio de 2016

Hace rato no te escribo

Sí, a vos.

A vos, que ya no me leés.

A vos, que me sacabas sonrisas cada que hablábamos.

A vos, a quien quise e incluso amé, por quien hubiera dado la vida, hace rato no te escribo. Dejé de escribir, es cierto, pero dejé de escribir porque vos dejaste de responder.

A veces me pregunto cómo estás. Si estás bien, si sos feliz. Si cuando te ves en el espejo decís "Sí, estoy donde quiero estar", o si corrés y llorás. Solías ser buena para eso, para esconderte de vos misma.

Quizás aún lo seas.

No te lo voy a negar, me sigue doliendo que te hayás ido. ¿Para qué? Es obvio que lo hace. Si no, no escribiría estas líneas, no pensaría en vos a ratos. No te añoraría como lo hago.

¡Es que que fuera nostalgia, mujer! ¡Pero no lo es! No puedo recordar un momento bueno con vos sin sentir dolor, ¡ninguno!

Ninguno...

Ninguno, ¿y sabés por qué? Porque te amé.

Sí, a vos. Y vos lo sabías.

Te amaba con locura. Me soñaba a tu lado, despertando y preparándote un desayuno que terminarías comiendo frío porque siempre dormís hasta tarde. O dormías. Ya no sé...

Soñaba con infinitos clichés, con lo más cursi, lo más dulce... soñaba con vos.

Soñaba con que escribiría un libro y te lo dedicaría.

Soñaba, mujer.

Pero el dolor... ¡y que fuera poco! ¡Que fuera poco y pudiera obviarlo! Pero vos sos una espina, un dardo, que te dio por quedar enterrada al lado del corazón, de donde sacarte me mataría y dejarte me hiere.

Una espina... Supongo que es apropiado. Siempre quise darte una rosa... Heh, así nos conocimos, con una rosa. Flores malditas y hermosas, ¿verdad?

Mi primer regalo para vos fue una rosa, y también el que nunca te dí, y que quizás nunca te daré, era otra. Te di dulces, libros, risas, ¡hasta balas!, pero no pude regalarte ésa última rosa.

A veces intento dejar de pensar en vos. En quién sos y qué significás para mí. O significaste. Dejarte guardadita en un rincón de la memoria. Guardada porque aunque quiera, no puedo sacarte. Por eso sigue ahí el separador que me diste, acurrucado al lado de la Maga, porque no puedo verlo sin pensar en vos; por eso no leo a Cortázar, porque sos vos en él, no es él quien habla. Sos vos... Sos vos como sos vos en la poesía que alguna vez escribía y no puedo ni mirar...

Me pregunto si realmente, en algún momento, te dejé de amar.

Pensar en vos es un suplicio. Por eso mismo es que hace rato no te escribo.

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