Las noches como hoy son perfectas para los amantes.
La luna, casi llena, ilumina el cielo, acompañada de las distantes estrellas.
Hay luz más que suficiente para verse, suficiente oscuridad para la intimidad.
La ciudad calla, extrañamente, y el silencio se apodera de las calles.
Una velada perfecta para una caminata.
Comienzo a caminar, y a silbar. Silbo una melodía conocida, quizá no tan popular ahora como hace diez años, y me dejo llevar por las calles. Mis pies se mueven casi mecánicamente, y mis ojos se mueven hacia arriba y hacia abajo, contemplando desde el asfalto que piso hasta las luces de la ciudad. A lo lejos, un puente se eleva imponente. Sus columnas se iluminan con reflectores que hacen de él un arcoíris nocturno, contrastando con la hipnotizante monotonía de las luces citadinas. Pero lo mejor es, quizás, girarse, y mirar al cielo.
En el firmamento, orgullosa, se encuentra la luna. Brilla como pocas veces lo hace, y se ve aún más brillante por las nubes acompañantes, casi negras, que intentan devorarla. Antes amorfas, pasan a ser la cabeza de un ave de presa, buscando rodear la luna. Fallando, cambian la estrategia, ahora son un triángulo, con un vértice incompleto.
Sonrío y suspiro.
Es una noche perfecta para los amantes: silenciosa, fría, y brillante.
Es una noche perfecta para ti.
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