Después de mucho pensarlo, por fin entendí porqué me suenas así.
Por qué tus ojos se me hacían conocidos; tu piel, tersa, incómoda; tus labios tentadores, y tu figura, inquietante.
Después de mucho pensarlo entendí porqué suenas grunge. Porqué suenas a Cobain y a Vedder mientras hueles a fresa sintética.
Entendí cada motivo, cada circunstancia que llevó a eso. Vi a través del espejismo.
Lo más curioso es que tuve que adentrarme en esa supuesta esencia para verlo. Tuve que navegar y ser engatusado por las sirenas en tus curvas.
Por fin entendí que suenas a grunge porque eres un comodín. Porque entendí que en ti no te veía a ti, sino a ella. A ella, con sus labios gruesos y hermosos, su cabello castaño, su sonrisa angelical, sus ojos, con ese color mágico que variaba entre el cedro y el nogal, su voz gruesa y su actitud coqueta e inocente. Con esa estética que tanto te gustaba. Lo-li-ta.
El carmesí del labial y el olor a café, la delicadeza de su piel, segunda solo a la del viento gentil, su risa cautivadora y su cuerpo hipnótico... cómo no iba yo a enamorarme, si era todo lo que mi corazón adolescente podía querer.
Ella era eso, y tú, un buen comodín cuando ella no estaba.
Porque no son tus labios los suyos, los que me cautivaran y en cuyas comisuras me perdiera, no es tu cabello el suyo, que brillaba y bailaba con el sol, ni es tuya su sonrisa, ni su encanto natural, ni sus ojos multicolor. Porque tú no eres ella, porque ella fue perfecta para mi corazón adolescente; porque tú no eres ella pero sí te asemejas...
Por eso suenas a todo eso que sonaba ella...
Porque ahora, que ella no está, estás tú, y necesito un comodín.